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Mientras el precio del traje de gala santeño sube de forma sorprendente, algunas técnicas se quedan sin relevo, pues es difícil vivir bien del oficio.
La pollera es una indumentaria folclórica con muchas variantes a lo largo y ancho del país. Aunque todas son importantes, la de gala santeña resulta muy llamativa por las técnicas artesanales tan laboriosas y detalladas que adornan sus telas.
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Bordados como el punto en cruz (o marcado) y el zurcido, técnicas como el calado y el sombreado, al igual que tejidos como el mundillo (todos a manos), hacen que una pollera de gala rebase los 10 mil dólares, lo que la convierte en un traje elitista, lejos del sueño popular.
Pero por más que la vestimenta resulte alarmantemente costosa, quienes la confeccionan coinciden en que no se puede vivir dignamente de la artesanía.
Entonces, ¿a dónde va a parar el dinero que pagan quienes sueñan con lucir la indumentaria de gala de Los Santos?
Mucho trabajo y poco dinero
En la provincia de Los Santos hay poblados enteros dedicados a la artesanía del traje folclórico, donde el conocimiento de las técnicas se transmite de generación en generación. Uno de ellos es San José, el único donde se mantiene el marcado “al ojo”, que consiste en rellenar un dibujo con cruces sin anjeo, contando cada hilo. La técnica se está quedando sin relevo generacional, entre otras cosas, porque es muy difícil vivir dignamente del oficio.
Como la mayoría de mujeres en San José, la maestra Didia Vergara sabe marcar. Ella aprendió la técnica de su madre, cuando tenía tan solo 8 años de edad. Desde su bisabuela, las mujeres de la familia marcan, sombrean, calan, zurcen, tejen e incluso arman la pollera.
No obstante, la maestra prefiere marcar solo en sus ratos libres. Nunca ha imaginado dedicarse por completo a la artesanía, pues considera que no le alcanza para vivir holgadamente.
Una pollera marcada en punto en cruz se compone de alrededor de 13 tiras o paños en el pollerón (cinco en el cuerpo y ocho en el susto, de 36 pulgadas de ancho); en la camisa, el traje lleva cinco paños. La tira del pollerón cuesta alrededor de 200 dólares y la del camisón $100, dependiendo del tamaño del punto (5 por 6 o 3 por 4), la cantidad de colores y si está cargada la labor; por lo que un juego puede costar entre $3,000 y 4,000 dólares en total.
A una artesana la confección de una tira le puede tomar unos 22 días, dedicándole al menos ocho horas diarias. “Si sacas la cuenta, hacer un cuerpo (que son 1,000 dólares) lleva tres meses de trabajo; te ganarías 333 dólares al mes. Con eso no se puede vivir; muchas mujeres cosen para producir un extra", resalta la educadora. A ella le toma tres meses elaborar una tira, ya que lo hace por “hobby”, para distraerse cuando tiene ratos libres en su casa y en la escuela donde labora.
Vergara mira con preocupación que no existe relevo generacional para el marcado; opina que al igual que su hija Fátima Vergara (que también es maestra y a quien ella enseñó a bordar), la juventud prefiere dedicarse a otras cosas.
Pero no solo se trata del factor económico. “Mis amigas poco se interesan en marcar; no es porque no sepan, sino porque no les gusta, dicen que es muy difícil”, explica Yasmín Espinosa, una de las pocas jóvenes de la región que se dedica por completo a la artesanía.
Espinosa, de 28 años, aprendió el punto en cruz de su tía Maribel Espinosa cuando era una niña de 9. Hoy vive de confeccionar abanicos y rebozos en punto chiquito (3 por 4), a pesar de que terminó la carrera de Economía y Finanzas. “Sigo con esto porque me entretengo y no tengo que andar por ahí; soy mi propia jefa”, asegura.
Califica de “justos” los 450 dólares que gana al mes, ya que ella maneja su tiempo y está más tranquila en casa, especialmente ahora que tiene su primer bebé, de un mes.
“Me parece interesante que más jóvenes aprendan a marcar, porque se va a perder”, advierte. La falta de relevo puede llevar a disparar aún más el precio de la labor y, finalmente, a la extinción de la técnica.
De principio a fin
La pollera es un vestido que se hace a la medida y por encargo. Su confección es una logística compleja que puede demorar alrededor de un año y en la que se pueden involucrar hasta seis artesanos diferentes (quienes usualmente viven en poblados alejados de la urbe y no necesariamente se conocen entre sí ni saben para quién es el trabajo que realizan).
En San José es común que las mujeres sean artesanas completas, es decir, que elaboren todo el traje, desde el corte hasta el armado. Esto les permite tener mejores ingresos.
Tal es el caso de Eusebia “Cheba” Vergara y su hija Lilia Paz, a quienes mayormente se les mira en el portal de su casa tejiendo mundillos, juntas. Por 14 mil dólares “Cheba” hace la pollera completa "que se le llevan hasta planchadita". Para vivir de la artesanía elabora al menos una pollera al año. “Mi hermana me teje en gancho, me zurce la pajita; yo confecciono el mundillo, voy armando lo que va estando y eso me da el tiempo”, resalta.
Lilia aprendió de su madre a realizar mundillos, a los 13 años. Sin mirar la labor, entrecruza los 20 palillos o bolillos que sujetan los hilos pegados al almohadón hasta formar un tejido, lo que evidencia su destreza. Aparte de tejer, también maneja un busito escolar.
Un juego de mundillo para una pollera de gala incluye cerca de 30 yardas repartidas en diferentes tramos, como peacillo, ruedo, melindre de boca, trencilla de enjaretar y trencilla ancha. Lilia y “Cheba” sacan, cada una, un juego en 22 días, dedicándole de seis a ochos horas diarias, y cobran entre $500 y 1,000 dólares, dependiendo de la complejidad del encaje.
“Cheba” prefiere hacer la pollera sombreada porque es la que más le remunera. “El marcado es muy lento, una tira me toma casi el mes. Una tira de sombreada me la hago en un día y medio y la cobro en 75 dólares. Del mundillo, me hago la yarda en un día, que está en 40 dólares el pepiado. Vale la pena hacer sombreado”, enfatiza. No obstante, esclarece que el mundillo tiene más mercado, porque se usa en todas las polleras santeñas y también para camisas, camisolas y camisas montunas.
En el mundo de la pollera de gala también hay familias enteras trabajando la artesanía. Epifania “Fany” Vergara, una de las artesanas "completas" más veteranas de la región, confecciona el traje junto a sus seis hermanos y una de sus tres hijas. “Yo sola no la hago (la pollera) porque demoraría más de un año. Mi hermana que vive en Panamá hace el susto, el cuerpo lo hago yo; si no alcanzamos, la hija hace la camisa. Yo corto, coso en unas, hago el mundillo para otras, talqueo, armo... Desde que me levanto trabajo en esto”, expresa. El hermano de “Fany”, Nelson Vergara, diseña los dibujos de las labores.
“Fany” es muy solicitada para hacer polleras completas, pero junto a su familia no puede hacer frente a la gran demanda. Ella asume la responsabilidad de repartir las partes de la vestimenta entre un grupo de 20 artesanas de la región (que ha seleccionado cuidadosamente) para que le elaboren mundillos y zurcidos. “La pollera es mi compromiso, el deber mío es entregarle a usted la pollera pa' la fecha que quiere. Yo veo cómo se la hago”, expresa.
Esclarece que hay mucho riesgo en mandar a hacer una pollera, como que una artesana no cumpla con la entrega a tiempo. “Me voy a supervisar todos los días a las artesanas y a darles lo que vayan necesitando para que me entreguen los pedidos. También tengo una pollera prácticamente terminada y la dueña tiene meses que no me da nada”.
“Fany” no tiene un conteo de cuántas polleras confecciona al año, pero opina que no es un oficio para vivir dignamente. “Haga un cálculo: una pollera se hace en un año y cuesta 10 mil; si saca los gastos de las telas, hilos, mundillos, labores, encajes, mano de obra y todo, lo que le queda a usted lo divide en ese tiempo y no se gana ni 50 centavos el día, pero la gente dice que la pollera está cara”.
Un traje de élite
Al costo de la pollera de gala se debe sumar el del joyero básico (que incluye siete cadenas, tapahueso, sortijas, brazaletes, zarcillos, peinetas, peinetón y botones de enagua), el cual puede variar entre $7,500 y 35 mil dólares, "dependiendo si es de plata o de oro", asegura el investigador de indumentarias Eduardo Cano. Comenta que también se debe considerar el juego de tembleques, que puede costar de $300 a 2,000 dólares, mientras que las enaguas o peticotes cuestan entre $600 y 2,000 dólares. Sin obviar el precio de los accesorios como el rebozo, que dependiendo del trabajo que lleve puede costar desde $200 hasta 1,500 dólares. Si se trata de comprar todo el conjunto, indica el investigador, una mujer se puede estar gastando hasta 50 mil dólares en una pollera de gala santeña.
La vestimenta de gala no siempre fue tan costosa. Hoy existen diversos factores que han subido los precios, desde la evolución del mismo traje hasta el encarecimiento del costo de vida.
El tableño Eduardo Emilio Espino Amaya, quien posee una colección de 28 polleras (entre zurcidas, sombreadas, marcadas, de coquito, de linón de motita y montunas), asegura que desde que comenzó su pasión, hace 10 años, ha observado el cambio en el precio del vestido. "Tuve la oportunidad de comprar polleras que no pasaban de los $5,000; esa misma pollera ahorita no me baja de los $12 mil", asegura.
Subraya que antes pagaba 200 dólares por la tira de pollera marcada en punto pequeño, pero hoy está hasta en $300. Por la tira zurcida pagaba 35 dólares y hoy está en $145, sin calado (que cuesta 40 dólares más). "De las polleras de gala, las sombreadas son las más económicas. La tira terminada con calado puede estar en 130 dólares, aunque antes estaba en $55", reflexiona. Los mundillos también han subido de valor: antes el juego costaba 500 dólares, pero hoy ya están en $1,300.
Espino, cuyas polleras han ganado los más importantes concursos a nivel nacional, opina que el alza en los precios se debe, en parte, a la falta de una política que proteja al artesano.
“Necesita que se le proteja en cuanto al costo de la materia prima; los hilos a veces son muy escasos, los encajes vienen de afuera, no hay telas de calidad, y cuando se consiguen, son muy caros”, explica.
También la gran demanda del traje (especialmente desde 2010, cuando se empezó a hacer el Desfile de las Mil Polleras) ha hecho que se eleve mucho, según Cano, quien en los últimos 20 años se ha dedicado a la investigación de indumentarias de Panamá. Además, el costo de la vida se refleja en los precios. “Hoy todo es más costoso, y las artesanas tienen que vivir”, resalta.
Cano añade que la evolución del traje también lo ha subido de precio. “Los pollerones son más anchos; de seis tiras que se utilizaban al principio en el susto, hoy se usan ocho; sin obviar que antes las labores eran más pequeñas y hoy las quieren hacer hasta de 12 pulgadas”. Esto impacta los precios, pues las artesanas trabajan más.
Cuando el folclor no da
El desarrollo socioeconómico puede desfavorecer indirectamente el folclor (cuando no se vive bien de él), ya que ciertas tradiciones se quedan sin relevo por la búsqueda de mejores oportunidades. Por ejemplo, aunque “Fany” Vergara encontró la forma de vivir de la pollera y les enseñó el oficio a sus hijas, nunca quiso que ellas se dedicaran a la artesanía. “De mis tres hijas, solo cose la que vive en San José. Ni la que vive en Panamá, que es ingeniera, ni la que vive en Chitré, que es abogada, pueden coser, pero cuando vienen acá, me ayudan. La gente nos dice 'no quiero que se pierda, que las hijas aprendan', pero yo trabajé y las eduqué para que tuvieran una profesión y estén mejor que yo”, comenta la artesana.
Frente a este panorama y ante el alto costo del traje, Espino dice que el Gobierno debe otorgar incentivos a los artesanos. “Es necesario crear políticas de importación para que la materia prima sea más barata; también se deben celebrar más ferias donde el artesano pueda exponer más su trabajo”.
Además, considera oportuno que a las artesanas que estén registradas legalmente se les ofrezcan seminarios de actualización y becas (para su familia). “Se merecen vivir dignamente porque son las héroes invisibles de nuestro folclor”, resalta.