Por años, los tacones han representado un signo de feminidad y elegancia, que nos permiten a las mujeres lucir más altas en distintos grados de altura, ancho de tacón, modelos y colores. Sin embargo, lo que muchos aún desconocen es el origen de este accesorio que vuelve locas a gran parte de las mujeres.
Los tacones pueden ser incómodos, no son recomendables para salir a caminar o para manejar porque pueden causar dolor y quedarse atascados en ciertas superficies. Esto se puede deber a que los tacones no fueron diseñados para caminar.
Los tacones originalmente fueron hechos para hombres. En el Medio Oriente, lo utilizaban los jinetes persas, ayudándolos a sujetarse al caballo, brindandole precisión a la hora de disparar sus flechas, en el siglo XVII.
Posteriormente, llegaron a Europa Occidental, causando gran sensación entre la aristocracia, quienes comenzaron a utilizarlos para tener una apariencia más viril (todo lo contrario a lo que se aprecia actualmente).
Luego, la clase baja comenzó a utilizar zapatos de tacón y esto obligó a los reyes a aumentar en gran medida la altura de sus zapatos, dando paso a los zapatos de tacón alto, y como en las calles de piedra y tierra del siglo XVII, no podían funcionar por su dificultad, su valor era nulo para las clases bajas. Además, decidieron que el color rojo de los tacones sería exclusivo de la realeza.
En aquel siglo, las mujeres tendían a imitar estilos del vestuario masculino, por lo que en poco tiempo, el uso de tacones también formó parte de la vestimenta de ellas, como un intento de volver más varonil su apariencia.
Como consecuencia, con el paso de los años pasaron a ser zapatos unisex, y finalmente, cerca de 1740, los tacones altos se comenzaron a tomar como un accesorio femenino y los hombres dejaron de usarlo. A pesar de que en 1960, los vaqueros los volvieron a utilizar y en la década del 70, los hombres utilizaban plataformas, aún siguen siendo una prenda femenina.
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