Lo que se hereda no se hurta, yo heredé una gran pechonalidad. Sin duda lo mío está en los genes, no es producto del peso ni nada hormonal, tengo el mismo número de brasier desde que me hice señorita.
Mi talla de bra es una incógnita aparente para las tiendas donde venden lencería, aparentan ser una talla D, pero mi espalda es diminuta, eso siempre y cuando yo no tenga el síndrome premenstrual porque simplemente se agradan por obra y gracia divina en cuestión de 48 horas.
Pasé por la engorrosa etapa en el colegio de ver el huequito de la camisa achicopalado y con el botón desafiando el ojo de cualquier intrépido mirón. No soy de usar escotes, a lo obvio no hay que darle mayor protagonismo, de hecho me gusta taparme más, ya que LAS LOLAS me pueden hacer ver rellenita. Intenté ponerme un traje hermoso con unas cintas que bellamente ajustaban en el pecho, pero ponérmelo fue sentirme una mujer de la avenida, no entiendo por qué una flaquita se lo pone y le queda relindo, pero me lo pongo yo y me queda la cinta en la mano del estirón.
Necesito ponerle una queja a Newton, la ley de la gravedad no me favorece, ¿no les parece un poco injusto que encima que nos la aplicaron con la liberación femenina porque nos excedemos a veces, no sería un poquito más cordial dejar nuestras LOLAS sin caer? Qué es eso de que a mis escasos 30 ya tengo que pensar en presupuestar un levantamiento porque estoy segura de que si algún día me caso y tengo un chiquillo, me tocará subirlas. A Newton le gustaban las planitas.
Dos de los placeres más grandes que solo nosotras las de LAS LOLAS grandes podemos entender son: llegar a tu casa, soltarte el bra y aventarlo como un búmeran, y dos, estar en una cena y descansar la delantera en la mesa, créame es como una liberación automática de cualquier contractura en la espalda. Es como que la mesa te hace el favorcito de sostener ese peso por un ratito. No es tan fácil entender que estás cargando como 3 libras de pecho en cada lado. ¡PESAN! ¡PESAN!