Me senté en una barra de bar a esperar a un amigo con quién discutiría asuntos de trabajo, inesperadamente, una joven mujer se sentó a mi lado y me saludó, era muy bonita, estaba definitivamente en sus treintas tempranos, era una Millenial. Carajo, me sentí como electrificado, porque vamos a estar claros, estas vainas pasan sólo en películas o a tipos que lucen a lo Ryan Reynolds, yo definitivamente no entro en esa categoría, así que fue una sorpresa refrescante.
Los Milennials son una generación bien particular por muchas cosas, entre ellas, sus opiniones acerca de la sociedad y cómo lidian con ella, mucho más si eres una mujer, según los entendidos, no creen en vainas que han sido dogmas para los demás, por ejemplo, roles sociales.
Para ciertos machos, una mujer sola en el bar, no está buscando otra cosa sino… Machos.
La joven comenzó a hablarme sobre el tráfico, de ahí pasó a la ciudad y de allí al trabajo, entendí rápidamente lo que sucedía; esa hermosa mujer no estaba flirteando conmigo, estaba haciendo algo que los humanos hemos dejado de hacer coño, comunicarnos. Recordé una vez hace años, en mis días de gloria, cuando tenía una frondosa cabellera y estaba de moda, en que llegué a un bar parecido con un amigo, pero no para hablar de negocios, sino para beber inoficiosamente.
Unos minutos después se aparecieron dos señoritas hablando ruidosamente, mi amigo y yo las vimos y él inmediatamente me sugirió acercarnos, yo, en una verdadera demostración de autoestima, le dije: “No, espérate a ver cómo va la vaina”. Las señoritas miraban el partido de béisbol que estaba en las miles de teles guindadas en las paredes; sólo unos minutos después, comenzaron los buitres a desfilar, uno se presentó como presidente de una empresa, otro les habló de su yate, un par se apareció ofreciéndoles una casa en la playa y todos y cada uno rebotaron contra frases irónicas y hasta crueles de las dos mujeres, cuando acabó el desfile, decidí hacer mi movida.
Pasé por detrás de ellas a pedir dos cervezas y cuando el barman se acercó, le hice un comentario sobre el partido de béisbol, me burlé del equipo que seguían las señoritas. ¡Coño! Saltaron como leonas y se burlaron de mi equipo, yo sutilmente devolví la burla y ellas replicaron, 2 minutos después estaban ellas sentadas con nosotros y bueno, el resto es historia que me reservo porque si no mi esposa me mata, esto pasó hace casi 30 años mi amor.
La Milennial que me hablaba no quería que yo le dijera estupideces sobre lo bonita que era, o sobre su cuerpo estilizado, quería que respondiera cosas como: “Sí, el tráfico en esta ciudad es una vaina insoportable”.
Pensé en lo difícil que es para una mujer estar sola en un sitio al cual, la sociedad la obliga a ir acompañada, bajo peligro de ser etiquetada como “embarcada”, “solitaria”, “jodida”, nadie piensa que genuinamente quiere estar sola y hablar pendejadas con un extraño que espera, no la juzgue. Eso fue lo que hice, al final, se acabó su trago, que por cierto no era un coctel con paragüita rosado, sino un Martini seco, me regaló una sonrisa dulce y hasta me dio su tarjeta de negocios, poniéndose de paso a la orden, luego salió y desapareció en la calle. Yo me sentí orgulloso de mi mismo, no caí en el juego que nos autoimponemos los machos, respeté los derechos de una mujer de hacer lo que le diera la gana y al final, me gané quizás, una buena amistad.
Igual salí como 10 centímetros más alto, no joda, de todos los pendejos en ese bar, ella decidió hablarme a mí. Macho al fin.
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