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Como buen clásico de la moda estadounidense, el diseñador de El Bronx entiende que el verano es para descansar y, considerando que se dirige a gente pudiente, presenta ese no hacer nada como el último de los lujos, casi una obscenidad.
Su propuesta fue sorprendente de puro evidente, pues sacó al sol a sus modelos en la azotea de un hotel de la parte oeste de Manhattan y, con la complicidad del buen tiempo, consiguió un inmejorable efecto: la abulia de la "beautiful people" quedó así en su hábitat vestida con colores flúor en jerséis y pantalones pitillos.
Deportes de elite como la navegación también pasan por su catálogo, con la clásica combinación de blanco y azul en rayas. Aparece el color vaquero como complemento a un traje azul marino y, de repente, se cruza una moto Vespa blanca como símbolo de esa "dolce vita".
Llega la noche y lleva a sus chicas a una fiesta donde conviven los mimbres coloniales y los flecos de los felices años 20. Una colección que huele a verano, a ese verano de siempre en el que la comodidad, la siesta y el descanso están por encima de todo.
Aunque en ese alto nivel también estará Givenchy, que ha dejado para las últimas horas del día su desfile consciente de que París viene a dar una lección a Nueva York, y que debuta en esta Semana de la Moda con al intención de mostrar el arte europeo y ganar el dinero estadounidense.
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