Cuando fui mamá

Mar, 12/13/2016 - 13:10

Convertirme en madre ha sido quizás uno de los cambios más complejos y profundos que he podido experimentar, sin a veces poder ponerle palabra a todo lo que siento y pienso (y eso que soy psicóloga). Es como una metamorfosis continua. Todo cambia.  En ti, hay una profunda reestructuración del yo; de tu identidad. Hay un despertar de emociones. Todo cambia a tu alrededor; ocurre un nuevo simbolismo a las cosas que quizás antes considerabas banales, como lo eran los cambiadores, tener fiebre o lo que es dormir una noche completa.   Hay una redefinición de lo que es un evento y que cobra una importancia increíble: ese primer paso, esa graduación, las fiestas de cumpleaños, muy pronto la Navidad y, por qué no también, el Día de la Madre. 

Pero, ¿qué significa el Día de la Madre? Para un hijo puede ser la posibilidad de expresar gratitud por todo lo que nos ha dado nuestra madre, demostrarle nuestro amor y premiar a esa mujer con regalos, tarjetas y quizás una serenata. Pero para una madre, ¿qué significa?

Para mí, es una mezcla de constante extremos. Es proteger y soltar, dar espacio y poner límites, es amar, pero en momentos también enojarse, es estar cansada y sacar energía, es querer decir “sí” a todo, pero entender que el “no” es igual de importante. Es dudar de todas tus decisiones y, finalmente,  acatar con una. Es perdonarte cuando no querías equivocarte, pero lo hiciste. Es dar todo de ti, pero también darte a ti. Es acertar y fallar constantemente. Es sentirse atrapada en los movimientos de la mecedora, que a veces calman, pero otras veces marean.

Es ser responsable por completo de otra persona y cuando ya logras acostumbrarte, toca entonces soltar. Es a veces hacerlo todo al revés. Como profesional, muchas veces pasamos de la teoría a la práctica. Como madre a veces no encontramos ninguna teoría y saltamos a la práctica, como se pueda, esperando acertar, con un ojo cerrado y el otro entreabierto; tal cual una película de miedo.

No hay reto más grande que criar a otro ser humano, no hay satisfacción más grande que lograrlo, pero así mismo no hay labor más difícil que esta. Y ni hablemos de los miedos. Los miedos reales, irreales, los pensamientos que acechan, los fantasmas de tu pasado, las reglas de las otras generaciones, y el sinfín de presiones sociales. Todo aquello que te hacen a ti sentirte a veces chiquitita, queriendo refugiarte en los brazos de quienes te daban protección. Incluso a veces refugiarte en los abrazos de tus propios hijos. Los miedos; esos también tocan enfrentarlos. 

A veces la batalla es contigo misma (muchas veces lo es). Tal cual como cuando crees que dominas un aspecto de la maternidad; la vida te pone un reto nuevo y ahí te encuentras, una vez más inexperta, indefensa y vulnerable mirando a todos lados en busca de soluciones para solo encontrarte con la verdad absoluta: No hay manual para ser padres.  A veces se utiliza el corazón, otras veces la cabeza. Muchas veces se puede pedir consejos, y en otras toca educarse. El aprendizaje es constante y es mutuo. El de los hijos y el nuestro. 

 
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