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Milciades Barrios es el único artesano que hace calzado clavado en la región de Azuero, oficio que corre peligro de extinguirse.
Milciades Barrios se aproxima al portal de su casa cuando escucha el llamado: “el último zapatero de la pollera”. Aparece en la puerta y responde: “el último y ya casi ‘desgastao’”.
Por más de tres décadas se ha dedicado a confeccionar zapatos para la pollera con la técnica de clavado. “El día que yo falte eso sigue, pero no serán iguales”, acota el zapatero, haciendo referencia a la técnica artesanal que ha perfeccionado por años, la cual nadie más realiza en la región de Azuero y que si no se inculca en las próximas generaciones, corre el peligro de perderse para siempre.
“Chadito”, como le llaman quienes lo conocen, es alto, flaco, de tez clara pero curtida por el sol, tiene los ojos marrón claro, la frente arrugada y un bigote canoso.
Camina menos de diez pasos y se sienta en su taburete de madera y cuero ubicado en el portal de su casa, que a su vez le funciona como taller. Sobre una mesa de madera clara, donde se lee “Chadito Barrios”, reposan sus herramientas: martillo, pinza, saca- clavos, clavos y cuchilla. A un costado del desgastado mueble, cuelga un cuenco lleno de harina con la que forma el engrudo para pegar las telas. El fondo de la escena es una torre de retazos de cuero de vaca, materia prima del calzado que confecciona.
El portal es abierto. Alrededor, las paredes están llenas de fotos de reinas, una al lado de la otra, hasta llegar a diversos reconocimientos que algunas de ellas le hicieron a Milciades por su impecable trabajo. Atrás se visualiza un cubículo, donde están guardadas las hormas de madera de los zapatos y una máquina de coser a pedal.
Milciades nació en Las Tablas, se crio en el campo y trabajaba en los pastizales. A los 19 años aprendió el oficio a través del guarareño Ramón Cedeño. “Trabajaba en la agricultura, reventado en los pastizales cogiendo tomates, tirando machete. El amigo mío que me enseñó me dijo un día: ‘oiga, mire, ¿usted no quisiera aprender a hacer zapatos?’. Le contesté que en ese momento no podía porque tenía algunos compromisos, pero que en cuanto terminara iba a aprender. Me le aparecí allá y allí me enseñó”, rememora. A la semana de aquel episodio, ya Chadito sabía hacer zapatos.
Asegura que el proceso de aprendizaje fue sencillo. “Para aprender a hacer zapatos lo único que se necesita es tener fundamento y las ganas. Cuando yo aprendí, conmigo no jodieron mucho”, acota. Al comienzo Ramón Cedeño lo mandaba a buscar hormas con distintas numeraciones y luego le pedía las plantillas. El maestro pegaba una plantilla y Chadito observaba cómo la recortaba; entonces el aprendiz hacía el segundo zapato, sin ayuda. “Eso para mí fue facilito, no tuve problemas para aprender”.
Hace mucho tiempo dejó de llevar la cuenta de la cantidad de zapatos que produce. Antes era necesario contar, porque de eso dependía su salario diario. Trabajaba de peón y para ganarse $4.40 al día tenía que hacer 22 pares de zapatos. “En ese tiempo se vendían muchos zapatos, porque la empresa donde trabajaba comercializaba por cantidad. Éramos cinco operarios. La producción de la semana la repartían por las tiendas en Tonosí y Pedasí”, explica Chadito.
En sus inicios, un par de zapatos era muy barato. “Ni se asemeja a los precios de ahora. Los vendían en las tiendas a dólar y a $1.25 el par”, aclara Barrios. Hoy, un par de zapatos de pollera cuesta 25 dólares. Sin embargo, indica que la ganancia es relativamente igual —poca— debido al aumento en el costo de la vida. Es por eso que en su tiempo libre, cuando no se va a pescar, el artesano arregla bicicletas; así gana un poco más y compensa lo que los zapatos no le dan.
Una técnica en peligro de extinción
Los zapatos de Chadito son conocidos por los amantes del folclor y los trajes típicos panameños por su alta calidad, sus impecables terminaciones y su estilo de horma redonda. “Mis zapatos yo los trabajo clavados y en cuero. La mayoría de los zapateros que había antes los hacían pegados; pero yo siempre me he caracterizado por usar clavos. A veces pienso que a la gente no le va a gustar, pero este tipo de zapato tiene la ventaja de que dura una barbaridad y se abre muy poco”.
Asevera que en la época donde todavía era un aprendiz, los zapatos se hacían de pana, pero ahora el sistema ha cambiado. “Hoy utilizan textiles como el ‘satín’ para una pollera de gala”.
Actualmente, Chadito arma aproximadamente un par de zapatos al día. En primer lugar, porque el tiempo lluvioso es complicado para el oficio, debido a que la humedad impide que las telas se sequen bien. Sus problemas de cintura también le afectan la producción.
Milciades teme que si la técnica no se pasa a la siguiente generación se perderá dentro de poco. “Primero se tiene que tener fundamento y ahora mismo la mayoría de la gente no lo tiene. Usted le dice a una persona ‘ven que te voy a enseñar a hacer zapatos’, y la gente dice: ‘No me gusta eso’”.
En las pocas experiencias que Chadito ha tenido tratando de enseñar la técnica, las cosas no han resultado, quizás por esa razón se encuentra algo reacio a la idea de intentarlo nuevamente. “La gente te dice ‘Jo, tú estás a gusto aquí. No te asoleas, no te mojas’. Entonces, vienen con los calzoncillos truchos, areticos, alfileres en las narices. ¿Usted cree que yo voy a perder tiempo enseñándole a una persona así? Ya yo muero con esto, con lo que alcancé a sacar”, expresa el artesano.
Además la idea de volver a transmitir sus conocimientos le asusta. Su esposa Simona Gaitán es quien maneja la máquina de coser a pedal y asegura que esa parte él no podría explicarla.
“Chadito es una pieza fundamental e invisible para la pollera. Nadie se pregunta de dónde salen los zapatos del traje típico”, subraya el investigador de indumentarias panameñas Eduardo Cano, quien además está intentando armar un proyecto para poder rescatar la técnica. “Todos ven la artesanía del marcado de la pollera, pero nadie pregunta por los zapatos”, dice.
Cano, quien se encuentra haciendo el inventario de Patrimonio Cultural Inmaterial del Ministerio de Comercio e Industrias a nivel nacional, ilustra que Barrios es el único artesano que hace los zapatos de la pollera al estilo tradicional. “Existen otros, y no en esta área, pero hacen el calzado de forma industrial”.
Chadito está seguro de la calidad de su trabajo y se aferra a su “fundamento” para seguir adelante. “Usted sabe, para los Carnavales, cuando las mujeres tienen las polleras, que levantan así y se ven los zapatos que brillan… a mí se me erizan los pelos. ¡Eso es grande!”, dice.
Ahora, su lema es hacer poco, pero bien. En ocasiones ha tenido que dejar ir la plata por no comprometer la calidad de su trabajo, que es su sello personal.
A sus 64 años, Chadito no sabe cuál será el futuro de la artesanía, aunque él quiere seguir embelleciendo a las empolleradas. Pero insiste: “nadie es eterno... yo no pienso morirme todavía, pero todos estamos en esa tómbola”.
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