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Isabel II hizo gala de un estilismo discreto, pero elegante que pasará a la historia.
El fallecimiento de la reina Isabel II deja un vacío no solo a los británicos, sino en medio mundo que sentía admiración por una mujer que hasta sus últimos días no ha perdió la compostura ni en los momentos finales de su enfermedad.
Siempre ha hecho gala, de un estilismo discreto pero elegante que pasará a la historia.
Hasta encontrar ese estilo que le hizo única, la reina pocas veces falló. Siempre elegante, a veces atrevida, a veces excesiva, si así obligaba el guion. El suyo era ese guardarropa donde no había colores malditos, todo cabía. Angela Kelly fue la responsable de darle ese estilo propio que, según cuentan, era para que los británicos pudieran verla de inmediato. También una estrategia de seguridad, así los suyos nunca la perdían de vista.
Inconfundible ese abrigo recto sobre vestido ligeramente más corto. Aplaudido el sombrero grande, contundente a juego, siempre tacón bajo y su bolso de ala corta, ese del que alguna vez sacó lo inesperado.
Los complementos, de los clásicos, collar de perlas regalo de su abuelo cuando era niña y los broches. Cuando había que echar mano del paraguas, siempre transparente, pero con el ribete de color y a juego con el traje.
Fiel a ese peinado tipo bombín, inseparable también de su pañuelo a la cabeza para los momentos informales. Han sido años siendo tendencia, dando lecciones de moda sin pretenderlo.
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