Todo lo que necesitas saber sobre la covid-19 y anorexia

Jue, 05/06/2021 - 12:24
Las personas con anorexia nerviosa creen tener exceso de peso aunque estén profundamente delgadas.

El coronavirus y la anorexia se retroalimentan. Por un lado, la pérdida de apetito es uno de los síntomas de la COVID-19; por otro, las personas que padecen anorexia son más susceptibles ante el virus.

 

Las personas con anorexia nerviosa creen tener exceso de peso aunque estén profundamente delgadas. Esta patología “supone el rechazo de la comida por parte del enfermo y el miedo obsesivo a engordar, que puede conducirle a un estado de inanición”.

 

“La anorexia puede llevar a una situación de gran deterioro y debilidad ocasionada por un ingesta insuficiente de nutrientes esenciales”, detallan especialistas de la Sociedad Española de Medicina Interna.

 

 

De igual modo, Loreto Montero, psicóloga general sanitaria y especialista en trastornos de la conducta alimentaria, aclara que dichos trastornos “son enfermedades mentales que cursan con complicaciones fisiológicas”.

 

En cuanto a la anorexia nerviosa, la experta explica que, generalmente, “viene acompañada de un estado de malnutrición que provoca, entre otras cosas, alteraciones en los neurotransmisores, enfermedades cardíacas y del aparato digestivo”.

 

Se afecta al sistema inmune

“Además, la malnutrición acarrea una desregulación de las hormonas y péptidos gastrointestinales, que altera la sensación de saciedad y el apetito de los pacientes y actúa como mantenedora de la enfermedad”, precisa.

 

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Montero subraya que las consecuencias biológicas de la enfermedad pueden ir desde el enlentecimiento del desarrollo óseo, es decir, del crecimiento, hasta la alteración ocasional de la actividad ventricular, lo que puede dar lugar a graves problemas cardíacos.

 

“Dentro de este cuadro de desnutrición también se ve afectado el sistema inmune. De hecho, se ha observado atrofia de los órganos inmunocompetentes y alteraciones de las células inmunitarias, que se aprecian sobre todo en los linfocitos y otras células responsables de combatir las infecciones”, indica.

 

 

“De esta forma, la anorexia incrementa la susceptibilidad a infecciones de cualquier tipo, incluida la infección por SARS-CoV-2. Debido a todas estas complicaciones médicas derivadas de la anorexia, una vez contraída la infección, ambas tenderán a agravarse mutuamente”, expresa la especialista.

 

De hecho, la pérdida de apetito es uno de los síntomas de la COVID-19. Pero, a la vez, haber estado enfermo de COVID-19 puede llegar a desembocar en un cuadro de anorexia.

 

En este sentido, Montero explica que “para alguien que ha enfermado de COVID-19, la recuperación del apetito es uno de los primeros síntomas de salud. Sin embargo, se ha observado que verse expuesto a enfermedades o situaciones vitales que hayan favorecido la pérdida del apetito puede precipitar un cuadro de anorexia nerviosa”.

 

La psicóloga indica que la pérdida de peso derivada de la infección por SARS-CoV-2 puede ser valorada por la persona afectada como una mejora en su imagen.

 

“A menudo, el entorno del paciente puede reforzar esta idea y convertirse así en mantenedor y agravante de la pérdida ponderal del sujeto”, manifiesta.

 

Cualquier enfermedad que altere nuestros hábitos nutricionales “es susceptible de convertirse en el desencadenante de un trastorno alimentario”, agrega.

 

 

No obstante, las patologías alimentarias son “multicausales”, por lo que resulta improbable que únicamente la infección origine la anorexia. En este punto, sería necesario realizar una exploración exhaustiva de la psicología del paciente.

 

En la pandemia, pedir ayuda cuesta menos

 

Asimismo, la psicóloga precisa que “las restricciones de movilidad y toque de queda han favorecido que las personas con trastornos de la conducta alimentaria puedan reducir el contacto con otros sin sentirse culpables o presionadas para mentir. Ya no necesitan excusas para evitar determinadas situaciones”.

 

Y ejemplifica: “Se acabaron las cenas con amigos, las fiestas por las noches, las salidas a bares o restaurantes, o los cumpleaños repletos de dulces. Desaparecen así las situaciones temidas para dar rienda suelta a un trastorno que se muestra cada vez más adaptado a las nuevas condiciones de vida”.

 

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No obstante, la pandemia también ha hecho que pedir ayuda cueste menos que antes. “Hemos vivido momentos dramáticos que justifican que podamos acudir a un profesional en busca de una mejoría psicológica que se vuelve cada vez más necesaria”, añade.

 

En el caso de los trastornos de la conducta alimentaria, es muy importante ponerse en manos de profesionales lo antes posible.

 

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