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Oris Palacios de Jiménez l @cuarentidiva
Es evidente que, desde que estamos muy pequeñas, las mujeres deseamos vernos y sentirnos estupendas; claro, todo a su debida edad. Cuando pequeñas, estupendo es verte como una princesa de Disney y en la medida que crecemos imitamos a jóvenes famosas, cantantes o reinas.
Poco a poco empezamos a madurar, y luego de cierta vida recorrida vamos buscando dentro de nosotras mismas esa identidad propia que te hace irresistible para muchos. Pero seamos claros, no todas las mujeres logran ese “no sé qué” que hace que al abrir puertas todos volteen y digan “pero qué bella, o elegante o fantástica va esta mujer siempre”. Incluso se les ve y se les siente como un aura. Y ni se sabe cómo lo logran, solo lo tienen.
Hace más de una década tuve una jefa --la mejor que tuve en mi vida, una dama en todos los sentidos, de nombre Cecilia--, quien tiene esa maravillosa característica, pero aparte de eso, es una mujer de acero en los negocios, respetada por ejecutivos del medio.
Cuando llegó mi momento de partir de esa empresa, me dije: “Yo no me voy de aquí sin mantener una conversación personal a puerta cerrada con mi jefa, necesito saber cómo logra manejar todo a su alrededor con ese grado de excelencia, y encima divina”. Hubo varias cosas que me dijo: empezando porque hay mujeres que nacen con esa aura, algo importante que hay que saber es que eso no tiene nada que ver con belleza física; que ser femenina, coqueta en su justa medida y detallista es parte de la fórmula; pero lo que a esa edad (veintitantos) no me esperaba que me dijera era que el equilibrio emocional lo es todo en esta vida terrenal; que ese equilibrio se encuentra dentro de nosotros y se alimenta de certeza, buena autoestima, espiritualidad y familia (marido e hijos), ser madre es parte importante porque ellos te aportan el deseo de salir adelante, me dijo textualmente: “Oris, si tu núcleo familiar (que debe ser lo primero en tu vida) está bien, todo lo demás encuentra el camino correcto enseguida”, eso según su experiencia, abre las puertas a los buenos trabajos, a los buenos ingresos que, por supuesto, trae todas las otras cosas bellas que a las mujeres nos gusta lucir.
También me dijo: “Está bien trabajar para vivir, mas no vivir para trabajar. Enfócate siempre, nunca los dejes a ellos a un lado, ni por el trabajo ni por nada”. Mantener feliz al marido nos hará felices a nosotras como un búmeran, y no me refiero a cocinar ni lavar ni planchar. Je, je, je, allí les dejo la inquietud.
Una mujer con todos esos ingredientes y manteniendo la llama del amor encendida se convierte automáticamente en radiante como una luciérnaga para la gente común.
Le tomé la palabra a mi querida jefa, que aun recuerdo con cariño, y trabajo diariamente para alcanzar esa “fabulosidad” que se alcanza solo cuando lo trivial deja de tener importancia y toma lugar la certeza y seguridad en ti misma y que no hay necesidad jamás de imitaciones, cada quien desarrolla el “no sé qué” a su manera, en su forma, en su tiempo con el mayor de los éxitos.
No se crean, en ocasiones he sentido que voltean miradas y preguntan: ¿quién es ella? Je, je, je, parece que algo estoy haciendo bien.
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