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Diabetes, hipertensión y colesterol han cobrado una tendencia ascendente en los últimos años entre las personas de 15 años y más.
Los hábitos alimentarios y la actividad física en la infancia pueden determinar posibles enfermedades crónicas no transmisibles en la edad adulta. Este es el motivo por el que varios expertos han realizado un estudio en el que se observa que la obesidad es un factor de riesgo, además de concluir que los niños españoles consumen en exceso grasas saturadas.
Diabetes, hipertensión y colesterol han cobrado una tendencia ascendente en los últimos años entre las personas de 15 años y más.
La causa de las enfermedades cardiovasculares empieza en la infancia. Así lo detalla el ‘Estudio Nutricional en Población Infantil Española’ (EsNuPI), promovido por las Fundaciones Española (FEN) e Iberoamericana (FINUT) de Nutrición, en colaboración con la Asociación Española de Pediatría (AEP).
“Las actividades que hacemos en la vida temprana tienen repercusión en la vida adulta“, concreta el profesor Ángel Gil, presidente de la Fundación Iberoamericana de Nutrición.
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Los autores señalan que, en particular, la obesidad es una de las causas fundamentales de las enfermedades cardiovasculares en niños.
En este momento, según el último estudio ALADINO, existe aproximadamente un 40 % de niños obesos o con sobrepeso. Esto, en gran parte, indica el profesor Gil, se traslada a la vida adulta y es causa de patologías cardiovasculares.
Los expertos han estudiado los patrones de alimentación en edad pediátrica con el objetivo de evitar estas enfermedades en la vida adulta mediante recomendaciones nutricionales.
Grasas, fundamentales para los niños
Uno de los nutrientes que causan recelo en la dieta infantil, aseguran, son las grasas.
Los autores insisten en que las grasas no son solo una fuente fundamental de energía, sino que también proporciona ácido graso de todo tipo, responsable de un correcto desarrollo.
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“La grasa, es la principal fuente de energía en una dieta de la lactancia y, de acuerdo con la Autoridad Europea, debe suponer el 35 % y 40 % de la dieta en los más pequeños. En niños mayores de 4 años, debe figurar entre el 20 % y el 35 %“, detalla el profesor Gil.
Los expertos señalan que la ingesta de grasa aporta ácidos esenciales como el linoleico o alfa linolénico, pero también ácidos grasos moninsaturados (presentes en el aceite de oliva fundamentalmente y relacionados con una mejor salud cardiovascular).
Pero la balanza de grasas está desequilibrada. El estudio observa que los niños tienen una ingesta elevada de grasas que supera la recomendación. Pero, sobre todo, determina que se trata de una elevada ingesta de grasas saturadas.
“Las grasas saturadas son la grasa mala, digamos. Es la grasa que se correlaciona con un mayor riesgo cardiovascular y metabólico“, advierte la doctora Rosaura Leis, profesora de Pediatría de la Universidad de Santiago de Compostela y coordinadora de la Unidad de Nutrición Pediátrica del Complejo Hospitalario de la misma universidad.
No obstante, los expertos recomiendan no eliminarla de la dieta de los niños, pues, “al igual que el colesterol, es importante siempre y cuando no se exceda del 10 %”.
OMEGA 3 para el desarrollo cognitivo
Entre algunas de estas grasas “tan imprescindibles” se encuentra el ácido docosahexaenoico (DHA) de la serie Omega 3, que juega un papel “esencial” en el correcto desarrollo y crecimiento del niño, según los autores, especialmente en el desarrollo del sistema nervioso central.
Este tipo de ácido graso, comentan los profesionales, se encuentra, sobre todo, en el pescado azul. Sin embargo, lamentan, es deficitario en nuestra población infantil, pues se consume menos de las 2 a 4 piezas semanales recomendadas.
Los autores del estudio hacen un llamamiento a las familias para que colaboren en crear buenos hábitos alimentarios para sus hijos dando ejemplo. Es decir, si los padres también consumen pescado y verduras, será más fácil de que el infante siga los mismos pasos para comer.