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Maria Grazia Chiuri ha sabido plasmar su voz feminista a través de la exclusividad y lujo que distingue a la casa parisina.
Por: María D. Valderrama
Los ecos de las manifestaciones del mayo del 68 francés volvieron a resonar hoy en París durante el desfile de Christian Dior, en un homenaje al movimiento hippy, uno de los momentos clave de la historia de la lucha feminista, donde la diseñadora Maria Grazia Chiuri ha encontrado su nicho comercial. El escenario, en una instalación dentro del Museo Rodin, fue delicadamente concebido por Alexandre de Betak, colaborador recurrente de la marca, que empapeló las paredes de la sala con portadas de revistas de los años sesenta, fotografías de la época y alguna que otra frase de protesta.
Espejos colocados a lo largo del techo permitieron a los invitados observar los estilismos desde todos los ángulos o aprovechar la espera antes del espectáculo para sacar algún selfie junto a esos carteles, con frases como "I Am a Woman" (Soy una mujer) o "La voix des femmes" (La voz de las mujeres). La idea de hacer comercio con la defensa del feminismo se ha convertido en una seña de identidad de la era Chiuri en Dior, la primera mujer al frente de la dirección creativa de la "maison", y este martes volvió a suceder con un mensaje mucho más contundente: "No es no".
La diseñadora no pudo lanzar una sentencia más firme tras la corriente de denuncia al acoso sexual que ha barrido el mundo del cine y buena parte de la sociedad. Al margen de la reivindicación, la colección, que sirvió de arranque de la Semana de la Moda en la que se presentan las propuestas para el próximo otoño-invierno, fue hippy, psicodélica y con una apuesta de diseño por técnicas manuales como el macramé o el punto, con el que construyeron buena parte de los vestidos.
El ejército de modelos de Dior, en unos sesenta estilismos únicos, parecía una versión renovada de Janis Joplin, con sus gorras abombadas, sus enormes gafas de colores y sus prendas de crochet. Chiuri revisitó la vestimenta "sesentera" con los códigos de la casa, como las chaquetas entalladas que para el invierno que viene se llevarán en "patchwork", ese efecto collage conseguido mediante retales de distintas telas estampadas o bien, como propuso Dior, en diferentes tonalidades de tejidos vaqueros.
Si la pasarela hacía referencia al final de los sesenta, con sus ansias de renovación, de soñar y abrir la vía de la libertad sexual (con el claro ejemplo de las minifaldas en el terreno de la moda), Dior contradijo algunos de estos principios. Nada de piezas cortas: la feminidad ya no entiende de largos, por lo que las faldas se extendieron por debajo de la rodilla en modelos acampanados y con el pantalón como apuesta fuerte, de talle alto y pata ancha, también en "patchwork" o con estampados de cuadro, en versión traje masculino.
La diseñadora buscó nuevas formas de empoderar a la mujer, haciéndola vestir piezas masculinas, como el "kilt", prenda típica escocesa, o dejando a la vista la silueta con vestidos traslúcidos en malla adornados con flores bordadas, sobre conjuntos de ropa interior de estética deportiva que llevaron el logo de la marca. El famoso lema de "Imaginación al poder" que los estudiantes escribían en los muros del Barrio Latino hace ya 50 años también tuvo sus límites, pues la creatividad no está siendo una herramienta para Chiuri, más preocupada por lanzar mensajes y crear prendas jóvenes, fáciles de despachar.
Chiuri se lanzó en esta aventura con el "We Should All Be Feminists", retomado del ensayo de la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, que decoró las camisetas de su colección invierno 2016. Logró agotar existencias y enganchar a otras marcas en esta moda feminista que, pese a sus detractores, vende.