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El libro “Mujer tenías que ser”, hace una revisión de cómo los refranes, las palabras, las frases hechas y el saber popular han construido una forma de hablar de las mujeres llena de machismo y misoginia.
En la actual edición del diccionario de la Real Academia Española (RAE), publicada en 2014, hay más acepciones para hombre que para mujer y en la definición de mujer “sigue habiendo sinónimos de prostituta y juicios de valoración”, según reivindica la licenciada en Derecho y especialista en intervención social con enfoque de género, María Martín Barranco.
Barranco, en el libro “Mujer tenías que ser”, hace una revisión de cómo los refranes, las palabras, las frases hechas y el saber popular han construido una forma de hablar de las mujeres llena de machismo y misoginia.
Veintitrés ediciones después del primer diccionario académico de 1780 “sigue habiendo un desequilibrio entre la manera de explicar todo lo que se refiere a la vida de las mujeres y su cuerpo y a la de los hombres”, explica a Efeminista la autora, quien no duda en señalar la misoginia expresa en el lenguaje.
El libro expone cómo la desigualdad no se queda solo en las palabras que aparecen en el diccionario, sino que cala y se reproduce a través de la cultura popular y el habla cotidiana. Algo que tiene muy interiorizado la propia María Martín Barranco, que siempre ha sido una apasionada de los refranes y a quien de pequeña llamaban “la diccionario” porque siempre acudía al libro en busca de significados.
“Mujer tenías que ser”, refranes de ayer y de hoy con mirada patriarcal
Por eso en “Mujer tenías que ser. La construcción de lo femenino a través del lenguaje”, editado por Catarata, la fundadora de la Escuela Virtual de Empoderamiento Feminista (EVEFem) desgrana con sarcasmo y audacia lo que se decía y se dice de las mujeres y de sus cuerpos y desde qué mirada se hace.
“¿Tu crees que eso está bonico en un niña? No te rías así, que pareces tonta. Sonríe, hija, que pareces un ajo. Ríete y estás más guapa. Esa no ve de guapa. Una mujer sin pendientes es como un aparador sin fuentes”, son algunos de los dichos que refiere el libro y que tienen como piedra angular una mirada patriarcal al nombrar el cuerpo, el placer y la salud de las mujeres.
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Así, en un tono irónico, pero reivindicativo a la vez, repasa los tópicos que se han creado en torno a las mujeres a través de palabras como histérica, charlatana, bruja, mala o con los “casi 200 sinónimos” que hay de “prostituta” en el diccionario.
Pero también pone de relieve el machismo en lo que no se cuenta, en los tabús, como, por ejemplo, los que rodean al placer femenino o a la menstruación, donde cualquier frase hecha –“estar en esos días”, “estar mala”, “la visita de la prima comunista”, “Andrés el que viene cada mes”, etc. – es válida con tal de no nombrar.
“El conocimiento académico es incorrecto, la cultura popular es incorrecta, no coinciden entre sí, pero ninguna nos define, estamos ahí en un vacío de no conocimiento que hace que nosotras mismas sintamos pudor y vergüenza de nombrar las partes de nuestro cuerpo“, explica Martín sobre las consecuencias de estos eufemismos.
“El lenguaje es una herramienta de poder”
Para la también autora del libro “Ni por favor ni por favora” y fiel defensora del uso del lenguaje inclusivo, uno de los objetivos de este volumen es “hacer ver que no se trata solo de vocales ni de palabras, sino que también todo lo que se cambia en apariencia y todo lo que no se cambia porque parece que no es necesario”.
Por ello anima a utilizar las posibilidades que brinda el lenguaje para hablar de manera inclusiva, y aunque se muestra positiva con que una parte de la sociedad ya haya comprendido lo importante que es nombrar a las mujeres, también critica que la RAE haya dado la espalda a esta reivindicación.
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“La academia, que debería ayudarnos, nos ha dejado completamente a solas, así que estamos adquiriendo herramientas con mucha dificultad y en un proceso muy lento porque estamos haciéndolo solas”, comenta Martín, que tiene claro que el rechazo a hablar sobre lenguaje inclusivo es más una cuestión de poder que de corrección lingüística.
“La resistencia al lenguaje inclusivo es que el lenguaje es una herramienta de poder, quienes tienen el poder de nombrar las cosas no quieren deshacerse de él“, afirma Martín.
“El siglo XVIII está agarrado a los sillones de la RAE“
Aunque no ha sido hasta esta obra cuando Martín ha investigado a fondo la manera de hablar del cuerpo de las mujeres, ya desde 2012 participa en la campaña “Golondrinas a la RAE” para visibilizar y señalar el sexismo en la RAE y en el Diccionario de la Lengua Española (DLE).
“Ahora mismo, lo que refleja la academia son las formas de pensar del siglo XVIII, lo que subyace es el siglo XVIII agarrado a los sillones de la RAE“, acusa la autora, quien considera que la academia tiene unos estatutos “anacrónicos y antidemocráticos”.
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En este sentido, insiste en que las sociedades pueden exigir que una institución que recibe fondos públicos, como es el caso de la RAE, “se adapte a los tiempos”. Y eso, para Martín, pasa por garantizar la paridad entre sus integrantes, reformar los estatutos para que se elija personas expertas de manera democrática y que “quienes dan prueba de misoginia expresa, no estén en la academia”.
Sin embargo, hay algo que también considera imprescindible y que solamente puede hacer la sociedad: “nombrar”.
“Aunque se resistan con uñas y dientes, su función básica es recoger el uso que hacen las personas que hablan español, con lo cual, si utilizamos el lenguaje en un sentido no discriminatorio, la academia tiene la obligación de recoger usos no discriminatorios“, concluye.